LOS POLOS OPUESTOS Y TODO LO DE EN MEDIO
KIM JONES, el diseñador inglés de cuarenta y tantos años responsable de las colecciones masculinas de Dior, no es precisamente un francófilo. Él considera que su vida está en Londres, donde tiene un búnker de cemento brutalista en Notting Hill. Sin embargo, cada una de las veces que ha visitado París en los últimos cinco años, se ha hospedado en su exquisitamente conservado hôtel particulier del siglo XVII, situado en la majestuosa Plaza de las Victorias, a pocos metros del Louvre y de los cuidados jardines del Palacio Real. A simple vista, no parece el tipo de espacio por el que su dueño pasearía con un par de zapatillas Yeezy Desert Rat. Pero la extensa residencia –un edificio discreto y amurallado que recibe el nombre de su segundo dueño, un prestigioso historiador del siglo XVII que prestó sus servicios como genealogista al Rey Sol, Luis XIV– ha pertenecido a grandes personalidades a lo largo de su historia.
En una lluviosa tarde de enero, una semana antes de la presentación de su tercera colección para Dior, Jones se reunía conmigo en su lúgubre biblioteca. El diseñador tomó asiento en la esquina de una antigua mesa de lectura, del tamaño de cuatro mesas de ping-pong, sobre la que descansaba una organizada selección de títulos desconocidos con nombres tales como Fallatrice (un burdo pero obsceno juego de palabras en inglés, supuse), acompañada de la única copia existente de la revista Studio 54 de Steve Rubell y de una baraja de Cartas contra la humanidad; en el techo, una lámpara de araña de cristal con velas reales pendía sobre nosotros. Jones, de apariencia pueril y voz suave, llevaba una sudadera negra, unas zapatillas Nike Dunk desgastadas, un Rolex Daytona de oro y una cadena a juego en la que un conjunto de diamantes y esmeraldas deletreaban su nombre. El collar, explicó, fue un regalo que le hizo un admirador secreto tras su último desfile en Tokio. “Ni siquiera sé quién me lo regaló”, confesaba, señalando que le encantaría descubrir la identidad del admirador para agradecérselo, pero mostrando una comedida sorpresa ante una suerte tan buena como inesperada.
Antes de unirse a Dior el año pasado, Jones trabajó para Louis Vuitton como diseñador de su línea masculina durante siete años, llevando su conocimiento enciclopédico y su amor por el de superlujo –tejidos atléticos de última tecnología, zapatillas enormes, camisetas gráficas extragrandes y chándales elegantes, así como mochilas de cocodrilo y camisetas de béisbol de cachemira– a una casa. El británico forma parte de una nueva generación de diseñadores, caracterizada tanto por el talento de sus miembros como por su voluntad de adaptarse a los imperativos de un negocio cambiante. Y, a pesar de haber llegado a dominar el arte de yuxtaponer los opuestos –lo tradicional y lo novedoso, lo peculiar y lo popular, lo oriental y lo occidental, lo estadounidense y lo europeo, lo personal y lo institucional–, fue su compromiso con el servicio a las marcas lo que sentó las bases de sus 15 años de ascenso hasta la élite de la moda masculina. A diferencia de muchos diseñadores de su talla, no anhela crear y trabajar para su propia firma.
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