UNA CASA EN LOS CONFINES DEL MUNDO
EN LOS CONFINES DE CONCEPCIÓN, una pequeña ciudad del sur de Chile, una torre de más de 18 metros de altura descansa sobre una colina: un escueto rectángulo de hormigón rodeado de pinos y eucaliptos. La torre, situada al final de una carretera repleta de baches que serpentea entre modestas casas de dos pisos, se alza imponente sobre la arbolada ladera; ventanas cuadradas de distintos tamaños perforan las paredes del edificio, como lo hacen los espacios negros en un crucigrama. Construido a partir de ángulos rectos y geometrías bruscas, el edificio bien podría ser un silo o una torre de vigilancia orientada al Biobío, el río que, durante 300 años, marcó la frontera entre la colonia española y los territorios del pueblo mapuche situados al sur. En cambio, la construcción alberga la casa y el estudio de Mauricio Pezo, de 45 años, y Sofía von Ellrichshausen, de 42 años, cuya firma, Pezo von Ellrichshausen, forma parte de un grupo chileno de prácticas arquitectónicas innovadoras que está definiendo la estética regional: una corriente que armoniza las referencias al brutalismo con el respeto por la peculiar topografía del país.
La Casa Cien de Pezo von Ellrichshausen, que recibe ese nombre por encontrarse a 100 metros sobre el nivel del mar, confía en un limitado diseño de planta que reproduce el mismo cuadrado segmentado por una cruz asimétrica en los siete pisos de dormitorios y los tres niveles de oficinas de la torre, apilados como un entrelazado puzle vertical. Estrechas escaleras de caracol, hechas de bloques de ciprés chileno tallados a mano, conectan la torre con la cocina y la sala de estar del podio. Tras revestir el exterior con hormigón armado, la pareja desconchó la capa más superficial en un proceso que Pezo, que creció en una localidad a dos horas de Concepción, describe como “demolición estética”.
“Cuando empezamos la construcción, los vecinos estaban escandalizados”, me dijo von Ellrichshausen una tarde de enero, en pleno verano austral. “Estábamos delante del edificio y la gente se acercaba a preguntarnos: ‘¿Qué es esto?’”, contaba Pezo. “Hubo una vez que una persona nos paró y nos preguntó: ‘¿Qué era esto?’”, añadía von Ellrichshausen, que creció al otro lado de la frontera, en la turística ciudad argentina de Bariloche. “Esa es una pregunta mucho más amable”.
Con unas fronteras marcadas por el desierto de Atacama en el norte, los Andes en el este y el océano Pacífico en el oeste, Chile siempre se ha definido por sus extremos: el país no está en medio de la nada, pero sí al filo de la misma. A finales del siglo XVI, los incas
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