PIEZA APIEZA

“ERA TÍMIDO, POR ESO no era más conocido”, comentaba Joan Dworkin Probber en el obituario dedicado a su marido en en 2003. Harvey Probber no era famoso, o al menos, no tan famoso como para que su fallecimiento hiciera correr ríos de tinta –y de lágrimas–, pero su contribución al mundo del diseño fue tan significativa como la de sus coetáneos George Nelson o el, de hecho, calificó su invención en un artículo publicado en 1979 como “uno de los desarrollos más influyentes en el diseño de mobiliario contemporáneo”. Ni más ni menos. ¿El invento en cuestión? El sofá modular, un concepto tan firmemente arraigado en el mundo del mobiliario que, sin embargo, no vio la luz hasta 1944. Y lo hizo, además, de manos de alguien que apenas había tenido formación oficial en el mundo del diseño –aunque desde que se graduó en el instituto comenzó a trabajar en Trade Upholstery, un pequeño fabricante de mobiliario de Nueva York–. Eso no fue inconveniente para que Probber, sumido de lleno en las corrientes del Modernismo que inundaban el país por aquel entonces, investigara el concepto de asiento y sus distintas formas para concluir que “la clave de la salvación estaba en trozos y piezas de geometría plana... No tenían sentido por sí solos, pero cuando se fusionaron con las formas convencionales, alteraron profundamente su carácter“. De aquella revelación surgió un conjunto de 19 elementos que se podían combinar en distintas posiciones para crear el asiento deseado por el usuario, y al que llamó Sert Group en homenaje a Josep Lluís Sert, arquitecto catalán que trabajó durante varios años junto al maestro Le Corbusier. En 1945, Probber fundó Harvey Probber, Inc., empresa con la que popularizaría sus diseños durante la década de los 50 –convertidos ahora en piezas de coleccionista para los amantes del estilo y que le catalogaría como un diseñador de piezas modernistas pero con sorprendentes acabados –como colores brillantes o materiales exóticos.