Un país en manos de cleptócratas, un Estado cautivo. Ocurre en todo el mundo, continuamente. Pero, ¿cómo puede pasar también en Sudáfrica, que tanto luchó por la democracia y contra el apartheid?

Jacob Zuma, presidente de Sudáfrica entre 2009 y 2018, abusó de su prestigio como antiguo militante del CNA y de su cargo como presidente para enriquecerse. Durante años, un pequeño grupo de periodistas de investigación siguió la pista de un gigantesco escándalo de corrupción. A principios de 2017, tuvieron acceso a un disco duro con miles de fotos, correos electrónicos y videos. Los Gupta Leaks no sólo demostraron que las sospechas eran fundadas, sino que la situación era mucho peor. Desde que Jacob Zuma asumió el cargo de presidente, adjudicó sistemáticamente lucrativos contratos públicos a los tres hermanos Gupta, de origen indio. A través del hijo mayor de Zuma, jefe del imperio Gupta, su clan obtuvo mucho dinero. Los Gupta ganan miles de millones en los sectores del transporte y la energía, en un país en el que mucha gente ni siquiera tiene acceso al agua potable o la electricidad.

El saqueo del Estado estuvo apoyado por una élite internacional de asesores. Cuando aumentaron las críticas de los medios de comunicación, se contrató a la empresa británica de relaciones públicas Bell Pottinger. Los periodistas fueron difamados como agentes del "capital monopolista blanco" y los Gupta, presentados como víctimas de una prensa racista. Pero tras la publicación de los Gupta Leaks, el saqueo del Estado se detuvo. El clan Zuma y los Gupta perdieron su poder y se retiraron al extranjero. Una comisión gubernamental intenta desenterrar los oscuros canales por donde se ha filtrado el dinero del país emergente. El reportaje es una lección de cómo una élite corrupta puede perjudicar a millones de personas.

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