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Vida luminosa: La ciencia de la luz que revela el arte de vivir
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Libro electrónico260 páginas4 horas

Vida luminosa: La ciencia de la luz que revela el arte de vivir

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Información de este libro electrónico

Jacob Liberman es oftalmólogo y científico de la visión. A raíz de una corrección espontánea y definitiva de su disfunción ocular se dedicó a investigar este campo, llegando a conclusiones sorprendentes, como que si bien miramos con los ojos, no vemos con ellos. La fuente del verdadero ver es la conexión entre La Luz, la visión y la conciencia. Y a continuación continuó preguntándose: ¿Quién soy yo, quién es el que verdaderamente ve?
Para Liberman La Luz es más que ondas y partículas: nos provee de conciencia. La Luz no solo está ahí fuera y es algo que tenemos que encontrar para poder ver. La Luz nos busca y nos guía, de la misma manera en que busca y dirige el crecimiento de las plantas hacia ella. Hay algo intrínsecamente vivo en ella. Y, por sorprendente que parezca, La Luz no solo entra en nosotros a través de los ojos y la piel, también emana de nosotros.
Dejándonos guiar por La Luz podemos llegar a ese estado elusivo que hemos dado en llamar Presencia.
“Detrás del disfraz de brevedad y simplicidad hay perlas de verdades espirituales destiladas, verdades que han de ser atesoradas, compartidas, y, sobretodo, vividas.” – Eckhart Tolle, autor de El poder del ahora
“Jacob Liberman es uno de mis profesores favoritos.” – Louise Hay, autora de Usted puede sanar su vida
“Vida Luminosa es una exploración de La Luz y la conciencia, y nos ayuda a ver su impacto en todos los aspectos de nuestra humanidad.” – Deepak Chopra, autor de Tú eres el universo

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento18 jul 2018
ISBN9788494873966
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    Vida luminosa - Jacob Israel Liberman

    tuya.

    Capítulo 1

    Cómo nos guía la luz

    «Tanto en los trabajos intelectuales de la ciencia como en los empeños místicos del espíritu, la luz nos llama a ir adelante, y el propósito emergente en nuestra naturaleza responde.»

    Arthur Stanley Eddington

    Al amanecer, en un gran lago de una de las islas Palau, en el mar de Filipinas, comienza una danza. Millones de medusas de oro, cada una de ellas del tamaño de una taza de té, se apresuran hacia el este, hacia la luz que anuncia la salida del sol. Cuando reciben los primeros rayos, se detienen. Entonces, lentamente, a medida que el Sol realiza su viaje de este a oeste, las medusas siguen su arco. Cuando cae la tarde, estos invertebrados únicos van a descansar a la orilla occidental del lago. A la mañana siguiente, la danza vuelve a empezar.

    Estas medusas solo son una de las incontables especies cuyos viajes vitales son guiados por la luz del sol. Según los biólogos marinos, las ballenas jorobadas usan la luz del Sol, junto con las estrellas y la atracción magnética de la Tierra, para guiarse en sus migraciones anuales de más de quince mil kilómetros. A pesar de las corrientes oceánicas, las ballenas nadan en línea recta –hacia el norte para alimentarse, hacia el sur para aparearse– y su trayectoria varía menos de un grado de longitud de un año a otro.

    Cada otoño, en la Antártida, los pingüinos emperador inician una traicionera marcha en fila de setenta kilómetros de distancia hacia el lugar donde crían. Una vez allí, se aparean y copulan. Cuando la hembra pone un huevo, lo lleva cuidadosamente a los pies del macho, que lo incuba en el espacio situado entre la base de su vientre y la parte alta de sus pies. Entonces la hembra vuelve al mar a buscar comida. Durante dos meses, los machos se acurrucan juntos, sin comida, equilibrando los huevos sobre sus pies, mientras las temperaturas descienden por debajo de los setenta grados bajo cero y la velocidad del viento alcanza los ciento cincuenta kilómetros por hora. En una intrincada danza, los machos situados en la parte interna del grupo se van moviendo hacia la periferia a medida que aumenta su temperatura corporal, mientras que los que están fuera se mueven hacia dentro para calentarse. Más adelante, cuando las hembras retornan y las crías salen de los huevos, una vez más los pingüinos viajan en masa otros setenta kilómetros para volver al mar, como si fueran un único organismo: cada uno de ellos una célula en un cuerpo de vida intrincadamente conectado.

    Además de las medusas, las ballenas y los pingüinos, muchas otras criaturas –desde mariposas hasta pájaros cantores– participan en los extraordinarios viajes migratorios, guiados por algo externo a ellos que está inseparablemente alineado con algo interno. Cuando nos enteramos de tales hazañas, a menudo nos maravillamos de la asombrosa habilidad de estas criaturas para viajar del punto A al punto B. Sin mapas, direcciones impresas ni tecnología GPS, ¿cómo encuentran el camino a sus lugares, sin variar nunca sus rutas, sin perderse, sin dudar y sin discutir sobre el camino a seguir?

    La mayoría de nosotros solo oímos hablar de estas historias en el Discovery Channel o en documentales como La marcha de los pingüinos. Pero si nos topamos con este fenómeno en nuestra vida, nos detenemos en seco y nos damos cuenta de que nos perdemos muchas de las actividades que ocurren a nuestro alrededor.

    Cuando me trasladé a una casa de alquiler en Maui, Hawái, hace algunos años, me encontré una gatita rusa de pelo gris y ojos azules. Sentada en el porche, me miraba fijamente. Me enteré de que era salvaje, y de que mi vecino Koa la llamaba Pimienta. Venía cada año en esa misma estación. Compré unos cuantos botes de comida para gatos en un mercado cercano, abrí uno y lo dejé en el porche. Ella se lo zampó; de modo que yo dejaba comida y agua en el porche y Pimienta venía cada día a comer. Esto duró cinco meses, y empezamos a ser amigos.

    Un día vi que Koa llevaba una caja de cartón con Pimienta dentro.

    —¿Adónde te la llevas? –pregunté.

    —Tengo un amigo en el otro lado de la isla que la quiere.

    El amigo vivía a cincuenta kilómetros, y aunque me gustaba Pimienta, sabía que era mejor para ella, puesto que yo tenía que irme a Europa en unos pocos días.

    Tres meses después, volví a la cabaña y encontré a Pimienta esperándome.

    Sorprendido, fui a la cabaña de Koa.

    —¿Cuándo la has traído de vuelta?

    —No la he traído.

    Caminamos juntos hasta mi cabaña. Cuando vio a la gata, Koa dijo: «¡Oh, Dios mío!».

    Después llamó a su amigo para preguntarle: «¿Por qué la has traído de vuelta?».

    El amigo respondió: «No lo he hecho. Se escapó casi en cuanto la dejaste aquí. Nunca volví a verla».

    Asombrado de que hubiera encontrado el camino a casa justo en el momento en que yo llegaba, le cambié el nombre a Lani, que significa «cielo» en hawaiano. Pronto me trasladé a otra casa y la llevé conmigo.

    A nosotros un viaje así nos parece imposible, especialmente si nos perdemos con frecuencia en una ciudad que no nos es familiar, e incluso dentro de un pequeño aparcamiento. En realidad, los humanos estamos equipados con las mismas tecnologías de guía que las medusas, las ballenas y otras asombrosas criaturas. Los pájaros, por ejemplo, parecen tener una brújula incorporada en los ojos, pues sus retinas contienen altas concentraciones de criptocromo, que es sensible a la luz, lo que les da la capacidad de detectar el campo magnético de la Tierra. Pero el criptocromo no es exclusivo de los pájaros; se trata de una proteína prehistórica que se encuentra también en los microbios, las plantas y muchos animales, y que ayuda a controlar los ritmos diarios y a detectar los campos magnéticos a gran cantidad de especies. Algunos investigadores creen que los pájaros¹ pueden ver realmente estos campos invisibles superpuestos a su visión normal.

    Hasta hace poco tiempo solo se atribuían cinco sentidos a los humanos, mientras que algunos animales, como los pájaros, las ballenas y las tortugas, tienen un sexto sentido que les permite orientarse durante sus largas migraciones. No obstante, recientemente un grupo de científicos de la Facultad de Medicina de la Universidad de Massachusetts descubrió que el ojo humano también contiene elevadas concentraciones de criptocromo. Además, cuando se toma una mosca de la fruta, se altera su sexto sentido y se le implanta el gen del criptocromo humano, este restaura su capacidad de sentir los campos magnéticos, tal como los sienten las moscas de la fruta normales. Estos experimentos demuestran que el criptocromo humano puede actuar como un sensor magnético, y sugieren que nosotros también podríamos estar equipados con ese sexto sentido² que nos alinearía con el intrincado sistema de navegación del planeta.

    Hay una diferencia evidente entre estos animales y nosotros: a ellos el pensamiento no les hace pasar por alto su sistema de guía interna. No cuestionan el arco del sol. No eligen seguirlo o no seguirlo. Ni confían en la luz ni dejan de confiar en ella. Simplemente siguen la luz que los dirige hacia su nuevo destino. Pero esto suscita una pregunta: ¿qué es la luz?

    ¿Qué es la luz?

    Desde los albores de la humanidad, los videntes se han preguntado por la naturaleza de la luz y han sospechado que este fenómeno misterioso y omnipenetrante debe estar relacionado con las preguntas más profundas sobre Dios, la vida y el significado de la existencia. La Biblia nos dice que la vida empezó con el amanecer de la luz, y prácticamente todas las tradiciones espirituales identifican la luz con el Creador; hablan de la luz divina, la luz de Dios, y describen la evolución espiritual como un proceso de iluminación.

    Se suele pensar en la salud y el bienestar como emanaciones de luz –una salud radiante–, un brillo que no puede describirse. Tener una salud física radiante es esencialmente una función del poder de nuestro sol interno, y nuestro brillo parece incrementarse a medida que se expande nuestra conciencia. En la plena iluminación, esta irradiación se hace visible para el ojo desnudo. Por eso a los grandes actores y actrices se los llama estrellas y tradicionalmente a los santos se los retrata coronados con halos relucientes y se los describe como iluminados.

    Muchos dichos también ilustran las incontables maneras en que la luz se manifiesta en la vida cotidiana. Decimos que las mujeres embarazadas están resplandecientes y, cuando nos sentimos inspirados, decimos que hemos tenido un destello de intuición. A alguien muy listo lo describimos como brillante; y si alguien cambia de creencias o de manera de pensar, se dice que ha visto la luz. Al hablar de una nueva idea solemos decir que se nos encendió una bombilla. Cuando queremos que alguien se calme, le sugerimos que se aligere.*1

    Los científicos también se han sentido confundidos por la naturaleza de la luz. En 1640, el astrónomo italiano Galileo le escribió al filósofo Fortunio Liceti en una carta: «Siempre me he considerado incapaz de entender qué es la luz,³ tanto es así que habría estado muy dispuesto a pasar el resto de mi vida en prisión, a pan y agua, si hubiera estado seguro de alcanzar la comprensión de lo que, para mí, parece estar más allá de toda esperanza». En torno a 1917 el físico Albert Einstein escribió a un amigo: «¡Reflexionaré sobre qué es la luz durante el resto de mi vida!»⁴ En 1951 confesó que llevaba cincuenta años de «reflexión consciente» sobre la naturaleza de la luz, pero no estaba más cerca de la respuesta que cuando había empezado.

    Sin embargo, en el proceso de indagar el misterio de la luz, Einstein desarrolló la teoría de la relatividad, según la cual, a la velocidad de la luz, el tiempo deja de existir. Además, un fotón, que no tiene masa, puede cruzar el cosmos sin usar ninguna energía. De modo que, para los rayos de luz, el espacio y el tiempo no existen.⁵

    Más recientemente, los físicos cuánticos han descrito la luz como el fundamento de la realidad. Esto es muy significativo porque la teoría cuántica se considera la formulación científica más exitosa de la historia, y el cincuenta por ciento de la tecnología actual se basa en ella. Según el físico teórico David Bohm, «la luz es energía y también es información, contenido, forma y estructura. Es el potencial de todas las cosas».⁶

    Vivimos en un universo que parece creado y alimentado por la luz. Según el escritor y político alemán Johann Wolfgang von Goethe, «toda vida se origina y se desarrolla bajo de la influencia de… la luz…». Esto se hace evidente en los experimentos en que plantas, animales o seres humanos se ubican en entorno oscuros, con el resultado de que su vitalidad y su bienestar disminuyen gradualmente hasta que su vida se detiene. Sin luz no hay voluntad de vivir. Literalmente se nos roba la chispa que impulsa nuestro espíritu.

    Gracias a estos reconocimientos, las distinciones artificiales establecidas entre la ciencia, la atención sanitaria y la espiritualidad se están disolviendo, y vemos que cada una de ellas tiene su origen en la luz. Ahora los místicos, los científicos y los sanadores están de acuerdo, cada uno en sus términos, en que la luz contiene el secreto del despertar humano, de la curación y de la transformación. Sin embargo, seguimos sin entender qué es la luz.

    La luz está hecha de fotones, y se cree que las partículas subatómicas también están compuestas de estos, que son los ladrillos fundamentales de lo que llamamos materia o realidad. Los fotones son informes, invisibles y carecen de atributos. No tienen masa, peso ni carga eléctrica, y por lo tanto no se pueden percibir ni medir de forma

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