El interés que todos los pueblos manifestaron, y continúan manifestando, por las producciones oníricas no constituye una creencia caprichosa, ni delata ideas excesivamente simples y rudimentarias. Por el contrario, los más prestigiosos investigadores de hoy confirman lo que los pueblos saben desde siempre que el sueño es una fuente de conocimiento. En efecto, Jonathan Winson, autor de Cerebro y psiquis, asegura que el sueño -sobre todo el que se produce en la fase REM- permite fijar y procesar los datos incorporados durante la jornada, mientras el cerebro está “desconectado”.
Esto significa que nuestro cerebro es depositario de una serie de conocimientos que no somos conscientes de poseer y que necesitan de la abolición de la conciencia diurna para aflorar.
La neurología y el psicoanálisis son las dos disciplinas que más se han ocupado en la investigación del fenómeno onírico. La primera considera al sueño como un producto electroquímico de la actividad nocturna de las neuronas. La segunda lo proclama, junto con el lapsus y el acto fallido, la “vía regia de acceso al inconsciente” y por ende, el camino hacia la resolución de problemas psíquicos.
Más allá de las ciencias, también para la parapsicología el sueño constituye un enigmatelepatía, la clarividencia y la precognición. El conocimiento anticipado de los números de la suerte en los juegos de azar constituye, así, un fenómeno de precognición.