Tras la sesión de fotos (qué bien le queda ese vestido dorado), Cristina Gutiérrez se apoltrona en un sillón (blanco y con solera), y sonríe, mucho. Su dentadura reluce. Es perfecta. Lógico. «Vengo de una familia de sanitarios. Mi padre es estomatólogo, mi hermano (Gustavo), médico. Es lo que he mamado siempre en casa y lo que me condujo a estudiar Odontología y trabajar como ortodoncista en la clínica de mi padre; es mi jefe, así es más fácil pedirle días para irme de viaje y competir. No lo he buscado, la vida me ha llevado a elegir en cada momento lo que he ido haciendo».
El destino, que es caprichoso, impredecible y juguetón, le puso delante de las narices a esta burgalesa del 91 una moto cuando apenas levantaba dos palmos. Ella vestía seis años y ese cacharro 50 cc, sin marchas. Era de su hermano «Con nueve años se me presentó la oportunidad de competir en una carrera y me vi tan sola que me dio vergüenza, pero no estaba incómoda por el hecho de ser chica, sino porque no había más niñas... Me he sentido a disgusto por mí misma, no naturalizaba que una mujer pudiera competir. Ahora, gracias a Dios, se ven más y mis compañeros me respetan y valoran como piloto».