SEGU Í UN CAMINO E S P ONJOSO cubierto por años de acículas acumuladas en el suelo de un bosque de cicutas. Más adelante vi un destello. Era la luz del sol, que resplandecía por una apertura entre los árboles y donde un pequeño estanque reflejaba la luz de vuelta hacia la atmósfera. Este cuenco con agua y poco profundo era un estanque vernal. Justo lo que había ido a buscar.
Era un día al final de la primavera, una tarde cálida, y el agua del estanque ya había empezado a disminuir. Los estanques vernales dependen sobre todo del agua de lluvia y de la escorrentía de las tierras altas del bosque. No tienen entradas ni salidas permanentes. Son pequeños, con una profundidad de poco más de un metro, y a menudo se extienden por el suelo forestal como archipiélagos invertidos. A medida que sube la temperatura y terminan las lluvias primaverales, pierden agua por la evaporación, así como por las raíces de los árboles y