FERRARI COMO EMPRESA, como equipo de carreras y como mito, ha vivido dos etapas: la que dirigió Enzo Ferrari desde su fundación en 1948 hasta su muerte en 1988, y la que ha venido después. Ahora estamos en el periodo de la multinacional italiana que cotiza en bolsa, que recibe premios de consultoras por lo bien que tratan a sus empleados, o que fabrica alucinantes deportivos híbridos. Pero la leyenda, eso que tiene Ferrari y que ninguna otra marca puede igualar, se construyó en los viejos tiempos. Nos referimos a los años 50, con el romanticismo de la Mille Miglia, los primeros éxitos en Le Mans o en la Formula 1, y cuando en los 60 se consolidaron con la creación de los automóviles más maravillosos que el mundo ha visto.
Mauro Forghieri (Módena, 1935) comenzó en Ferrari en 1957, cuando tenía 22 años y estudiaba ingeniería en Bolonia. Su padre, Reclus, había sido un colaborador cercano de Enzo Ferrari desde los años 30, cuando la Scuderia competía con coches de Alfa Romeo. Así que el joven comenzó a hacer una especie de prácticas en la empresa. En aquel momento su jefe era Andrea Fraschetti, que entre 1956 y 1957 era el director técnico en Maranello, hasta que se mató en el autódromo de Módena en un F2 diseñado por él mismo. Como recuerda Forghieri, lo primero que le encargó Fraschetti fue el análisis de la estructura tubular de un coche de carreras. “Llevé a cabo el trabajo con los cálculos y los dibujos en la librería, donde estaba también el ‘museo de los horrores’, donde se exponían los componentes mecánicos que