La peregrinación de la paz
urante la Quinta Cruzada, en el pontificado de Honorio III, Francisco de Asís se subió junto con algunos frailes de su congregación-haciendo caso omiso de la postura oficial de la Iglesia– en una barca de soldados y mercaderes de Asís y el sultán Al-Kamil se vieron las caras (abajo, ilustración), probablemente, en la tregua de armas entre agosto y septiembre de 1219 en el puerto de Damietta, en el delta del Nilo, a unos 200 km al norte de El Cairo. Allí, el sobrino de Saladino, en contra del parecer de sus dignatarios, recibió a los frailes con gran cortesía y les ofreció regalos que fueron rechazados en consideración al voto de pobreza. Francisco permaneció allí hasta el año siguiente, cuando regresó a Italia. “No tuvo miedo de ir en medio del ejército de nuestros enemigos y por durante unos días les predicó a los sarracenos la palabra de Dios, aunque con poco provecho”, escribió el teólogo e historiador francés Jacques de Vitry (1180-1240) sobre esta peregrinación de la paz emprendida por su contemporáneo. Aunque uno de los objetivos del viaje a Oriente era ir tras las huellas de Jesús, Francisco no pudo visitar los Santos Lugares. Años más tarde, con la ayuda de los reyes Roberto I de Nápoles y Sancha de Mallorca, los frailes franciscanos adquirieron de los musulmanes el sitio del Cenáculo en el monte Sión, a la vez que pagaron por el derecho a oficiar en la basílica del Santo Sepulcro. La presencia franciscana en Tierra Santa, que con diversas vicisitudes se mantuvo desde aquellos tiempos, adquirió estabilidad y carácter oficial de parte de la Iglesia católica en 1342, año en que el papa Clemente VI promulgó dos bulas papales en las que encomendaba a la Orden Franciscana la “custodia de los Santos Lugares”.
Estás leyendo una previsualización, suscríbete para leer más.
Comienza tus 30 días gratuitos