Serenatas anfibias
Poco tienen que envidiarle las serenatas de amor de las ranas y los sapos a las entonadas por las aves. Estos anfibios se sirven del aire para producir sus característicos cantos. Tras tomar una bocanada de aire, cierran las fosas nasales y la boca y empujan el aire desde los pulmones hacia la laringe para hacer vibrar las cuerdas vocales. El aire pasa a través de la tráquea y desemboca en el característico saco vocal, que actúa como una cámara de resonancia que amplifica el sonido. Posteriormente, hacen regresar al aire por el camino inverso para que continúe la exhibición. Gracias a la evolución, que ha moldeado los diferentes componentes de dicho sistema, estos animales han podido generar un impresionante repertorio de canciones. A veces, entre especies muy relacionadas, un ligero cambio en el tono ha sido suficiente para encarrilar un camino evolutivo propio. Detrás de toda esta orquesta está el mecanismo de la selección sexual, el canto de los machos debe ser capaz de sintonizar con los oídos de las hembras. Producir estas llamadas requiere una musculatura fuerte y abundante. Esto puede suponer un problema para las ranas más pequeñas, las cuales deben encontrar un equilibrio entre el gasto energético que implica cantar y lograr que su cortejo llegue lo más lejos posible. Algunas especies, como la rana arborícola de Borneo — , cuya longitud no supera los dos centímetros, solucionan este escollo sirviéndose de la acústica de su propio hogar. Dichas ranas, para