Un río en el tiempo
“Cuanto menos se rema, más se disfruta”, comparte el guía de kayak desde el otro lado del agua.
“Quédate en medio del cauce y deja que la corriente te lleve”. No seguir este consejo tiene un precio: me encuentro a la deriva cerca de la orilla del río, donde me enredo en las ramas de los sauces y zozobro mientras intento liberarme. El kayak vuelca. La cámara que llevo en el bolsillo de la camisa sufre una sumergida fatal. La lucha por volver a bordo se complica debido a la corriente y la temperatura gélida del agua, que en nada se parece a la de un cálido día primaveral fuera de la sopa turbia que es el río Murray.
Este baño no solicitado rompe un poco la serenidad. Hasta ese momento, la corriente río abajo hacia Albury había sido una porción mágica de Australia: canguros en posición de firmes sobre las riberas, un ornitorrinco que sale a tomar aire tras correr por el lecho en busca de sabrosos yabbies (pequeños cangrejos de agua dulce) y tortugas diminutas que se deslizan desde los troncos para darse un chapuzón. Los australianos llaman al río más largo de su país “el poderoso Murray”, aunque más que ferocidad y grandeza, en realidad su curso de 2 526 kilómetros es más bien un serpenteo apacible y una supervivencia estoica.
El nacimiento del Murray está en lo alto de los Alpes Australianos, en una zona silvestre a la que es casi imposible acceder sin ayuda de un helicóptero. La carretera más cercana es Alpine Way, una ruta estrecha, sinuosa y propensa a los desprendimientos de rocas que atraviesa las montañas y termina por asentarse en un terreno más llano junto a lagos y bosques. Los poblados son caseríos resistentes y simbólicos hasta
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