Hacia lo SALVAJE
oncebidos y diseñados como espacios de (re) encuentro con la naturaleza, todo jardín –ya sea inmenso o de reducidas proporciones; de estilo inglés, francés, italiano, árabe o japonés; promueva un vagabundeo poético o rinda culto a la racionalidad a través de la geometría– tiene detrás un sueño de verde recuperación que reúne la nostalgia del Edén perdido y el ansia de un saludable bienestar. Comparten, “trátese o no de una añoranza del vientre materno, como insinúan los psicólogos, o del claustro religioso que abarca el silencio de Dios entre sus piedras, lo cierto es que no renunciaremos jamás, como indivi- duos y como especie, a imitar en nuestros hermosos jardines o huertos floridos –pequeños paraísos– las condiciones de aquellos lejanos, sublimes y casi siempre inhallables”, los más bellos y singulares de la historia. Algunos ya desaparecidos, como los míticos jardines colgantes de Babilonia, otros, por fortuna, protegidos y visitables, como los del Palacio de Versalles (Francia), el complejo de Suzhou (China), Patrimonio de la Humanidad desde 1997, o nuestros Jardines del Generalife, el lugar de descanso preferido de los antiguos reyes nazaríes junto a su Alhambra, en Granada.
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