La inflación ya era elevadísima en Europa y Estados Unidos mucho antes de la guerra de Ucrania, y los organismos internacionales habían empezado a preocuparse seriamente antes de Navidades. Y eso era una novedad, porque hasta noviembre habían esperado, erróneamente, que los precios aterrizasen, durante el primer semestre de 2022, con la remisión de la crisis mundial de suministro, la dilución del impacto de los grandes programas de estímulo, el repliegue de las compras masivas de bonos por parte de los bancos centrales y las primeras subidas de los tipos de interés.
Era una perspectiva sabrosa para muchos políticos, porque pensaban que, a partir de ahora, podrían responsabilizar de la inflación a los banqueros centrales que luchaban contra ella, aunque ellos hubieran contribuido a provocarla, y siguieran atizando aún más el fuego, con enormes cantidades de gasto público. En paralelo, a las arcas de los Estados,