CORTE FRANCÉS

Fueron las publicaciones de interiorismo las que determinaron su futuro. Y es que de niño, el arquirecto peruano Diego Delgado-Elias pasaba los veranos en la casa de campo que tenía su abuela. “Allí me divertía revisando su. Una vivienda de 400 m que define su ADN: burgués, erudito, pero nada pretencioso, y muy actual. “El dueño anterior borró toda su identidad, como las escayolas originales y reemplazó el piso de parquet por baldosas de cemento. ¡Un desastre!”, explica. Había que actuar, además de hacerlo con un extra, su nuevo inquilino acababa de regresar de Asia y quería que se notase esta experiencia pero de una manera nada evidente. Con este punto de partida, Diego comenzó la resurrección del piso mediante la recuperación de las elaboradas molduras, devolvió los tableros de madera en punta Hungría y remató con broches de mármol tallado, como la aristocrática chimenea que preside el salón o el baño principal, que talló como un orfebre. Los colores de sus cinco habitaciones, además del despacho, gimnasio y bodega, rememoran con sutileza a Oriente, “una paleta de tonos pálidos con guiños rojos y persianas de madera”, junto con líneas puras como las del mobiliario firmado por él que convive con tesoros y otros modernísimos, un mix con el consigue una sensación de espacio vivido. Su toque se percibe desde la entrada, para él su sala preferida, con una alfombra y mesa de cemento de su estudio, rematado por un gran plafón de Niemeyer y que colocó de manera concéntrica siguiendo el recorrido que marca la planta de la sala. El resto viene firmado exclusivamente por los grandes, como Pierre Jeanneret, Jacques Adnet o Tobia Scarpa. Monsieur, el resultado es de