YO SOY esa niña
Cuando tenía 5 años quería ser pastora. Me imaginaba de mayor viviendo en las montañas como Heidi, corriendo descalza por los prados y columpiándome entre los abetos. A los 8 soñaba con convertirme en Pippi Calzaslargas, esa niña valiente, carismática, divertida, revolucionaria y segura de sí misma que se acostaba y comía cuando le daba la gana y seguíapara ayudar en la economía familiar y luchaba por cumplir su sueño de escribir relatos. Y para de contar. Porque cuando yo era pequeña la sociedad no planteaba muchos más modelos femeninos en los que inspirarse. Las películas y los dibujos animados que veía -a no ser que quisiera transformarme en la abeja Maya- no proponían protagonistas inspiradores que se saliesen de los clichés y mostrasen vidas apasionantes. Lo llaman síndrome de la Pitufina -un único personaje femenino muy estereotipado en medio de muchos masculinos-, y, tristemente, permanece en el cine y en las series. Sin embargo, son justo los referentes de la infancia y la adolescencia los que contribuyen a alimentar nuestros sueños, a perfilar nuestros deseos y a forjar nuestra identidad. Dicen, por ejemplo, que una niña tiene el doble de probabilidades de escoger una carrera STEM (las centradas en las ciencias, la tecnología, la ingeniería y las matemáticas) después de escuchar el relato de una mujer que trabaja en el sector. Y que las jóvenes pierden el 30 por ciento de su confianza en la adolescencia, lo que afecta claramente a sus ambiciones profesionales.
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