Basta ya, basta ya, basta ya. A los 77 años, Françoise Hardy estaría eligiendo estas palabras, breves, significativas, del rock argentino de los 70 (Billy Bond y La Pesada del Rock) para ponerle fin, ya no a su carrera sino a todo. El famoso botón rojo del imaginario de la guerra fría que destruiría el mundo en un abrir y cerrar de ojos podría tener para ella la forma de este blues en que el hartazgo del Bond criollo (gordo, barbudo y desaliñado, nada que ver con el detective playboy) se traduciría en su decisión de que Francia le suelte la mano a una de sus hijas más icónicas del siglo XX. Que la dejen morir, que legalicen perdió la saliva, tiene hemorragias nasales recurrentes y le cuesta respirar. Con el parte circularon las que podrían ser las últimas fotos de un álbum precioso. El pelo corto y encanecido, los ojos celestes en modo televisor color de tubo, su figura ahora gótica arropada en un abrigo negro. Es la Françoise del ocaso suspendida en una burbuja de espacio negro donde como un astro (se está leyendo sobre alguien que también es astróloga) la mitad de su rostro es nimbado en un reflejo de almíbar y en la otra ya ha caído, irremediable, la noche. Así eligió mostrarse en la tapa de el último de sus discos editado en 2018. Volviéndose por última vez sobre su misterio, como si esa oscuridad representase todo lo inefable, todo lo que no puede expresarse en palabras,
EL sagrado CORAZON de Françoise Hardy
Sep 02, 2021
4 minutos
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