Memorias robóticas
ERA 31 DE OCTUBRE DE 2007. Frente a las puertas del Palacio de los Deportes se sentía un ambiente electrizante: una mezcla entre euforia y ansiedad. Los fanáticos, en su mayoría disfrazados, empezaron a agolparse desde la mañana. Algunos llevaban cascos, mAscaras o capas, muchos no llegaban a los 20 años mientras que otros ya estaban en sus 50. A todos los unía la expectativa de ver en vivo a la banda mítica. Esa noche, por primera y última vez, Daft Punk se presentaba en México.
Guy-Manuel de Homem-Christo y Thomas Bangalter, el célebre. Para los poco conocedores, ese podría ser un dato irrelevante sobre un concierto cualquiera. Pero, para los fanáticos de la música electrónica, era un momento apoteósico. Daft Punk era en ese momento -y hasta hoy- el grupo más admirado de la escena electrónica mundial. Su música fue el germen de cientos de otros grupos y movimientos. Sus éxitos sonaron una y otra vez en todas las pistas de baile del planeta. Y a eso se sumaba su enigmática presencia robótica: pocas personas los habían visto sin sus cascos y el público no conocía su rostro. Además, eran particularmente elusivos. De hecho, antes de solo habían hecho una gira mundial.
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