La caza furtiva podría condenar al elusivo pangolín
Con la cola estirada, paralela al suelo para equilibrarse, Tamuda extiende sus pequeños brazos hacia el frente como si fuera un tiranosaurio.
El cuidador guía con delicadeza al joven pangolín hacia un montículo de tierra que empieza a desmoronar con su zapapico. “Mira –le dice a Tamuda–, hormigas”. Tamuda capta el mensaje y empieza a comer; su lengua, que es casi del tamaño de su cuerpo, busca entre los recovecos mientras que con las garras imita un zapapico.
Después de comer durante unos minutos, es hora de seguir. Tamuda se aleja un poco, lentamente. Se deja caer de costado, como un niño a punto de hacer berrinche. Enrolla el cuerpo alrededor de la bota de su cuidador, quien con delicadeza se agacha y trata de separarlo, pero Tamuda quiere atención.
Mira hacia arriba, a la cara de su humano, y se estira rogando para que lo carguen. El cuidador trata de ser estricto –se supone que le enseña a valerse por sí mismo–, pero la súplica resulta demasiado como para resistirse. Como cualquier madre pangolín lo habría hecho, el cuidador lo levanta y lo acurruca contra su pecho.
Tiene el tamaño de un cachorro de cobrador dorado pero cubierto de escamas.
La lección de Tamuda se llevaba a cabo en la Fundación Tikki Hywood, un centro de rescate cerca de Harare, Zimbabue, donde se recuperan los pangolines liberados del comercio ilegal gracias a Lisa Hywood y su equipo.
Hywood –mujer compacta e intensa, con propensión a alternar tiernas canciones de cuna destinadas a sus animales rescatados con vociferantes condenas contra la crueldad del hombre– ha rescatado más de 180 pangolines desde 2012. Tikki Hywood también es hogar de otros animales rescatados como antílopes sable, vacas, una cabra pendenciera y un par de burros de nombre Jesús y María (José ya no se encuentra entre nosotros).
A los pangolines jóvenes les gusta que los carguen. Hasta que tienen varios mesespasaba la mayor parte de su tiempo justo antes de que los cazadores furtivos se lo llevaran a él y a su madre de su hábitat. Cuando una madre pangolín está asustada, se enrolla y forma una pelota para proteger su vientre, suave y velludo, y a su cría con su armadura de escamas. Es una buena defensa contra un león, pero es la peor cuando el depredador es un ser humano que puede levantar el pangolín con las manos.
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