Pasando página
DURANTE LA ÚLTIMA década, la figura del hombre metrosexual ha abandonado las lindes urbanas para adentrarse en bosques frondosos, de los que ha salido algo más rústico, pero no menos atildado. La estética hípster, un delicado equilibrio entre lo desaliñado y lo estudiado, ha ido expandiéndose como un claro en la selva amazónica. La barba larga, los laterales cortos y el pelo engominado hacia un lado o hacia atrás fueron los códigos que han impulsado un nuevo paradigma estético, al que han apuntado con devoción muchos hombres que, por las mañanas, se miraban aburridos al espejo.
Lo hípster como estética masculina adquirió el don de la ubicuidad, un éxito poco o nada comparable en su coherencia a ningún otro estilo previo en el nuevo milenio. Pero también puso sobre la mesa una nueva realidad, que revelaba a un hombre que, por mucho empeño que hubiera en adjudicarle una etiqueta propia de las culturas urbanas al uso, en las que la estética casi siempre
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