BANDEIRANTE, EL EXPLORADOR DEL AGRESTE
Existen decenas, sino centenas, de historias de grandes aeronaves concebidas y producidas. Algunas son icónicas, como el Ju-87 Stuka, verdadero símbolo de la blitzkrieg nazi, o el B-52 Stratofortress, leyenda sombría de la Guerra Fría. Otras revolucionarias, como el Me-262, el primer jet de combate del mundo, o el de Havilland Comet, que llevó el motor a reacción a la aviación comercial. En todos los casos, sin embargo, fueron aviones surgidos de nombres consagrados en el escenario de la industria aeronáutica, empresas que existían hacía mucho tiempo, habiendo muchas veces, desarrollado otras aeronaves emblemáticas. El Me-262, por ejemplo, era de Messerschmitt, de cuyas oficinas de proyectos surgía antes el Bf-109, el místico caza de Luftwaffe en la segunda Guerra Mundial. De la misma forma, antes del B-52, Boeing ya había producido aeronaves emblemáticas, como el Model 347 y el B-29. Incluso en el caso del “eterno” DC-3, Douglas ya era un fabricante consagrado antes de que su “clásico de los clásicos”
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